Aprendiendo a ser un puente

Me quedé a medio camino de ninguna parte. Ningún leñador quiso convertirme en fuego que calentase su hogar. Ninguna sombra ha refrescado el sudor de las gentes en las calurosas tardes del verano. Ningún fruto ha brotado en el borde de mis ramas que endulzara el paladar de bocas sedientas.

No recuerdo en qué momento la tierra empezó a resquebrajarse bajo mi tronco y la mitad de mis raíces quedaron desprotegidas a la intemperie. Nunca he medido el tiempo así como lo miden las gentes que habitan estos parajes, dejando la huella de sus ilusiones inscrita en la piel de mi tronco. Para mí el tiempo es un giro repetitivo que me fue estirando en cada vuelta. Las estaciones me han vestido y me han desnudado. Y, sí, a veces envidié a esos pies peregrinos que huellan otros caminos perdiéndose en el horizonte, pero me consolaba saber que, aunque nunca pude desplazarme en la extensión de estas tierras, he conquistado el horizonte desde las alturas a medida que mis ramas fueron ganándole espacios al aire.

El murmullo del río estuvo ahí desde siempre, manso en los días en que el viento se adormecía en los rincones del bosque, cantarín cuando una brisilla se desperezaba en las mañanas primaverales, tempestuoso en los grises inviernos. Creí que el río era mi amigo hasta que un día vi desbordarse sus aguas subiendo en embestidas sobre mi tronco. Abrazo torrencial que se llevó consigo la tierra que sostenía mi estabilidad.

Mi caída fue lenta. Sencillamente dejaron mis ramas de estirarse hacia las alturas y respondieron a la atracción que el suelo ejercía sobre ellas. Finalmente, mi tronco no pudo sostener por más tiempo la verticalidad. Sólo recuerdo el estruendo de la caída que me dejó viviendo entre dos orillas. Sin embargo, y ahora que lo pienso, me doy cuenta que estoy a medio camino de todas las partes, si acepto mi nueva condición de puente…

Publicado por

Angela Castillo

Aprendiza de Poeta Maga