Elogio a una profesora

CONJUGANDO RECUERDOS EN LA PIZARRA DE LA NIÑEZ

Un color que me transporte a la infancia:
Los almendros vestidos de blanco en la Acamuña.
Una textura:
La escarcha que cubría el olivar en los gélidos inviernos.
Un sabor:
Las natillas con canela que comíamos de postre los domingos.
Un olor:
El de los libros de texto recién estrenados en cada ciclo escolar.
Un sonido:
La voz de Doña Dolores redactando un texto en la clase de lenguaje.
Una imagen:
En las antiguas escuelas del pueblo, los alumnos de 5º de EGB somos concursantes y espectadores en el concurso Un, Dos, Tres, que recreamos en una de las aulas.  Después de algunas semanas de eliminatorias, calabazas y finalistas, mi compañera y yo somos condecoradas con el premio de la final: un libro que Doña Dolores nos entrega a cada una, El Conde Lucanor y El Libro del Buen Amor.
Un conocimiento:
Acabo de descubrir que Arcipreste de Hita se llamaba Juan Ruíz. El mismo apellido de Doña Dolores.

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Hay recuerdos imborrables en mi niñez que, así como la hierba brota tímida entre las grietas del cemento, asoman rezagados entre las múltiples capas de vivencias acumuladas en la memoria. Lo que sucede a menudo es que cuando aparece el primero llegan detrás los otros, los recuerdos de la infancia que están en casa y los que juegan en la calle o hacen novillos una tarde de primavera… pero, acaso por el motivo que vengo a escribir estas líneas, vienen al encuentro los recuerdos que aprendieron en la escuela y, concretamente, de una profesora: Doña Dolores.
Hay referentes en mi recorrido que siempre puse por delante, y siempre me han alumbrado como un faro en la noche, pero sé que son aquéllos de los comienzos del aprendizaje, los de más atrás en el tiempo, los que determinaron un mapa sensitivo que después fue tomando cuerpo y realidad en el día a día. El gusto por ir a la escuela, por respirar el olor de los libros, las ansias por comprender, por conocer, se fueron gestando en mi conciencia infantil mientras tú, Doña Dolores, conjugabas frases y verbos en la pizarra. Hoy ya puedo entender que fue el amor que siempre has sentido y transmitido por el lenguaje de las palabras, el que absorbió esta aprendiza que he seguido siendo en las aulas de la vida, sentada por entonces en el pupitre de tus clases.
Hoy se conjugan los recuerdos y la conciencia que hizo su recorrido fuera de la escuela y del marco de la pizarra. El resultado es un ¡Gracias, Doña Dolores! ¡Gracias, Lola! Por haber insuflado en mi alma el amor hacia las palabras, la lectura y la poesía. Gracias por abrir en mi mente esa ventana que me ha mostrado tantos paisajes a lo largo del tiempo, en la medida en que fue asomándose la mirada de esta aprendiza sin edad.
¡Gracias, Seño, Señorita, Doña, Señora! Para mí sigues siendo un referente, por tu amor, por tu fuerza, por tu labor en las aulas y más allá del marco de la pizarra…

Publicado por

Angela Castillo

Aprendiza de Poeta Maga