Esa Mujer

Hoy me habló la Mujer de mágicos reinos escondidos bajo la piel de los seres humanos.
Del valor de ensanchar los pulmones y respirar a fondo las diminutas riquezas que la vida deja al borde de cada segundo.
Del calor de los corazones cuando hacen lumbre para calentar la indiferencia de algunos rincones del día…
Y esa Mujer, ante todo, me transmitió la bendita sensación del espíritu que intenta recorrer, en paz, cada metro y cada paso en su afirmación por la vida, sembrando pequeñas estrellas en el camino; algunas tan diminutas que apenas se ven, pero alumbran, sobre todo cuando más necesarias son, en la oscuridad de la noche…

Instantes sencillos

El paraíso existe.
Yo lo conozco.
Está en la coordenada cero de un instante sencillo,
en la cara –siempre recién lavada–
de un río tranquilo que brilla con aguas de plata
incluso en días plomizos.

El paraíso existe.
Yo lo confirmo.
Se siente en la despeinada ribera donde hacen concierto
cientos de pájaros, ajenos al bullir de los telediarios;
se nota en el fluir de las aguas pacíficas
que discurren sin urgencias haciéndose pasado
y porvenir en cada movimiento.

Los Ojos de la Noche

(…) Hay recodos donde las aguas se quedan como dormidas, sin movimiento. Se detienen un rato a soñar en la inocencia de dos almas sin heridas que cantan a la orilla del río. Todo el cauce se estremece de emoción y saltan chispeantes las gotas cuando esos dos niños juegan a encantarse. La magia de las relaciones conecta el latido de esos dos corazones trovadores con las aguas que fluyen en el recorrido de sus días. Llueven las lágrimas, piensan las nubes, silencio en las gotas de rocío, y ríen los chapuzones en el giro incansable de las estaciones. En la memoria de las aguas, indiferentes a los avatares de esos pies que caminan por las horas del tiempo, se gesta el reencuentro de dos ríos que han de fundirse en una sola corriente… Extracto del libro Los Ojos de la Noche

De llaves y de claves

Estuve revisando el libro Semillas de un Sueño, antes de subirlo a la plataforma digital de Bubok… Y es curioso cómo vuelvo a vivir algunos párrafos, aunque de otra manera. Y me parece mágico que, haciendo las correcciones sobre la pantalla del ordenador, también fui haciéndolas en mi página interna actual, ésa donde los hechos ponen de manifiesto que “no me sirven las llaves de ayer para abrir la puerta de hoy.”

No hay puertas que cruzar ante una mirada que viaja a cielo abierto y ve la luz antes de que sus rayos toquen la faz de los días, los relieves de lo concreto, traspasando después las madrigueras psíquicas donde a veces se quedan atrapadas las alegrías.

Sin llaves ni puertas, respiro la esperanza que me regala la levedad del vuelo, y se renueva en mí la confianza de que todo está bien y estará mejor, si cabe la mejoría…

Tiempos sin tiempo

El tiempo es elástico y a veces se sale por las esquinas del reloj y del calendario.
Existen horas en las que se crece de golpe, como si incontables minutos palpitasen en el tic-tac de un segundo.
Son esos pequeños instantes que abarcan una inmensidad; minúsculos momentos, eternos y pasajeros, en un visto y no visto que te envuelve completamente sin dejarse atrapar.
Existen días en los que se crece rápido, que maduran los frutos en un abrir y cerrar de ojos, como si la lluvia cantase una canción que sólo escucha el sol en tu corazón, y al son de sus notas bailaran las estaciones vividas con tiempos inéditos que aún no han nacido…

Tan cierto como el amor

Todas las letras responden a un único lenguaje, el lenguaje del amor, cuando es el amor quien dicta las palabras.
Pero, el amor, más que las palabras, es la vivencia que llevamos dentro impulsando con fuerza inagotable por convertirse en otra primera vez que rompe moldes caducados, a plenitud de presente, sin necesidad de congeladores mentales.
Es la fuerza natural del amor que navega sin hundirse por los confines de otra persona que no sea una misma, siempre “auto-misma” dentro de la misma canción: “yo-mi-me-conmigo”. Es probar ese salto del uno al dos, tan corto y pequeño como parece, pero que sigue siendo un gran salto, acaso tan grande como el que nos hizo saltar del cero al uno, de la nada a la vida.
Un poco que pone la propia naturaleza en vivir la experiencia y otro poco que pone la fuerza del amor. Se aúnan ambas fuerzas y dan como resultado un “en amor darse”, un poco más y un poco mejor cada día. Un poco más hacia fuera de los escondrijos y los rinconcillos reservados para amar, desnudos cada vez más de los eufemismos de no querernos ver como somos en realidad.
El amor, todos queremos el amor. Todos vamos detrás del amor, como vamos detrás de la felicidad, buscando la línea de autobús o la línea ferroviaria y los horarios del amor y de la felicidad. Y ya de paso, el éxito, la aceptación, la abundancia… Queremos el todo completo porque, vivido por partes, pareciera que nos cayésemos por los huecos de lo que falta.
Por eso el amor es un extenderse hacia delante y es un adentrarse hacia la raíz de nuestras motivaciones. Y es un cultivar la paz como trasfondo que sostiene nuestros extravíos y caídas, como sustancia que llena el vacío. Algo tan simple (y tan complicado) como estar en armonía con el momento y entorno que nos toca vivir, sin abrir nuevas fisuras porque nuestros semejantes están de acuerdo con lo que su momento les pide que vivan.
El amor, tan verdadero como el aire, tan cierto como la luz de la noche y la del día…

Travesías reales y virtuales

Los sujetos virtuales nos parecemos a torbellinos de sentimientos, las más de las veces sin control, que circulamos en el caos de «todas las direcciones» sin mesura, orden ni concierto.
No digo que seamos náufragos, porque para ser náufrago hay que vivir el sentimiento de naufragio.
No digo, tampoco, que naveguemos a la deriva, porque para ir a la deriva es necesario saberse con el rumbo perdido de antemano.
Digo solamente que vivimos en el «todas direcciones» de este océano cibernético, sujetando la cresta del oleaje por breves instantes de adhesiones saladas o rechazos que reclaman su sal.
El Océano Real, mientras, sostiene imperturbable nuestro tránsito por la vida, cuando la trama principal de nuestras realidades nos devuelve irremediablemente al fondo y el dónde y el «de qué manera» y «en qué momento» nos hallamos en nuestra travesía personal…

Ternura

El rosal crece en un rincón sombrío del soportal de la casa.
Sus hojas cenicientas tocan espacios en mi ser que desconocen la luz.
Las ramas se estiran hacia la claridad,
buscando un rayo de sol que apenas las rozan.
Hay emociones que crecen torcidas,
desquiciándote y desquiciando sin medida.
Se dirigen hacia la luz atravesando incertidumbres, penumbras.
Se siente la ternura de su esfuerzo
cuando tocan los pétalos de tu alma.
Cuando, allí donde no se ve una flor, hueles el aroma de las rosas…

Ser o no ser

Y he aquí la cuestión:
el conflicto con lo otro, con el otro, con la otredad, es una lucha contra el inconsciente.
Lo que es consciente se debate con las reacciones inconscientes.
Y, aun así, la consciencia de ser se fortalece en su afirmación frente a la inconsciencia de cuanto no es.
Soy la paz que se afirma en la reyerta…
Soy más fuerte cuando comprendo cuánto desgasta el enfado con la otredad que me confronta.
Ya no puedo enfadarme con el inconsciente que nos zarandea en su pendularidad reactiva, ni tengo conflicto con quienes me obligan a elegir desde el otro extremo del ser.
Caos que afirma la creación… Dejadez que afirma el propósito… Lamentación que afirma el agradecimiento… Olvido que afirma la atención… Despecho que afirma la voluntad de amar pese a todo…

Importa el viaje

No importa la soledad o el desapego en esta indiferencia por cuanto me rodea.
No importa que los oídos se cierren, desatentos.
Importa la grandeza del viaje y la aventura de quien, en la quietud de su paz, escucha el ritmo de sus pasos componiendo una música que suena por dentro, mientras se respira el silencio.
Cuando se camina una considerable distancia hasta el campo deshabitado de personajes y de tu persona, cuando se recorre a oscuras un largo camino que no tiene señaladas las orillas, entonces ya sólo importa lo que es Real.
Porque entonces,
si a solas en ti,
al borde de un inmenso océano,
haces incursiones en el agua,
las preocupaciones desaparecen
y todos los asuntos quedan en su justo lugar…

Hay poemas…

Hay poemas resplandecientes y otros cansados, poemas largos, poemas con polvo… Todos ellos me enseñan paisajes de la vida, relieves del ser.

En el levante traza el sol una estrofa de radiante esperanza, y luego escribe una línea con letras de melancolía por el horizonte de un ocaso.

Las nubes dejan caer una rima de lluvia y el viento responde levantando nubes de polvo en palabras secas que quieren mojarse.

A veces el día es una poesía demasiado larga que nos deja sin aliento para saborear el último verso o el primer beso.

Hay poemas a destiempo, poemas tristes, poemas con un grito en su trazo cadencioso… Todos ellos me enseñan panoramas del amor…

De día y de noche

Vestida de amanecer, llamé a la puerta del crepúsculo y entré en tu noche oscura.
Tanto me ensimismé con tu misterio, que no me di cuenta cómo el ocaso llegaba con su manto de brumas.
Luego, en algún segundo sin tiempo, recordaste el llamado de la alborada, y te fuiste haciendo día, cubriéndote de sol.
Con el tiempo he aprendido yo, despierta en la noche profunda, a vestirme de ti, de estrellas y de luna…

Un día cualquiera

Hoy puede ser un día cualquiera, un día incoloro, de profundidades vacías.
O un día montañoso, de picos agudos y coronas, en el cielo, blancas.
O un día oceánico, mentolado y feroz, con suaves toques de eucalipto.
O un día de relleno, o de paredes blancas, o de líneas horizontales de cuaderno con notas recordatorias en los márgenes.
Con lo cual, llegados a este punto, pudiera ser un día magnífico emergiendo de un hoy cualquiera.
Pero lo increíble del asunto es que así pueden ser todos los días…

¡Feliz Año Nuevo!

Que este nuevo giro en el tiempo
nos traiga lo mejor
de lo mejor
de lo más mejor…
por eso de apuntar a la luna
y que en el mismo intento
descubramos nuestra mejor cima
aquí donde ahora nos está tocando ser…

Caminos…

El plano, el método, el mapa vital….
Hay un camino horizontal, un recorrido que obedece a las leyes de la materia, a las leyes de la razón que ordena y se ordena dentro del mundo que conocen nuestros sentidos.
Hay un camino vertical que se está haciendo a cada momento con una sustancia intangible, que es la sustancia con la que se tejen los sueños.
Y hay un camino que ya no es camino, ni trazado, que ya es un vuelo abierto, libre, y que conocen muy bien quienes viajan por el Ahora sin plano ni método ni mapa…

El centro es el Sitio

Cuando era niña iba con mis padres a recoger aceitunas a una ladera sombría que, orientada hacia el norte, el sol no tocaba hasta bien avanzado el día. Mis ojos miraban con impaciencia cómo los rayos dorados iban deslizándose por la vertiente de enfrente -avanzaban tan despacio-, y mis manos heladas querían empujar al sol para que llegase cuanto antes a mi cuerpo…
Acaso por impaciencia o quizá por falta de resistencia ante los fríos de la vida, he dejado mi sitio muchas veces para ir a buscar el sol del corazón en otras laderas del mundo. Además del norte, diría que incluso perdí la brújula con tantos desplazamientos. Aprendí, sin embargo, que no yerra la desorientación si ve el centro en cada uno de los puntos que configuran la circunferencia o periferia de cada experiencia. Y el centro es el Sitio, porque ahí siempre alumbra el Sol.

Un abanico loco de plumas

Tengo que agradecer a un amigo que me haya invitado a descubrir a Cortázar. La única reseña que tenía de este autor es un libro que me regalaron hace años: Historias de Cronopios y de Famas. Por entonces todavía no se disponían mis plumas a hacer abanicos locos, o estaba demasiado ordenada mi locura para entender el mundo como ese “ladrillo de cristal” en cuya tarea de ablandar (para abrirse paso por la “masa pegajosa”) se afanó el perseguidor de lo fantástico (Cortázar) en el recorrido de esta obra. En el paseo rápido que hago ahora por sus relatos cortos compruebo que ha tomado vida “la esperanza sedentaria que se deja viajar por las cosas y los hombres, y es como una estatua que hay que ir a ver porque ella no se molesta”.

Como una figura atrapapolvos, indiferente en el estante de los libros, ha esperado durante años esta pequeña guía para locos, dispuesta siempre (como toda creación artística) en la tarea de pasar el testigo al lector: No hay conquista de la que pueda alardear ninguna conciencia actual pues siempre hubo expedidores que se aventuraron antes en esos espacios inéditos del “otro lado” donde algunos buscadores extraviados intentan encontrarse… ni hay soledad cuyo grito al vacío no le haya sido devuelto en el eco de una soledad más sola… ni tampoco hay locura desnuda que no haya tejido su traje con retazos de sentido propio, impermeable y resbaladizo (a ser posible) para no quedarse adherida a la “masa pegajosa” del sentido común.

Hace tiempo que no me atrapa una lectura más de cuatro párrafos seguidos, quizá por esto mismo me ha dado tanta alegría ver desperezarse mi curiosidad en esta pequeña recopilación de relatos. Y es que hoy he podido apreciar lo que todavía no estaba preparada para «ver» hace años, cuando el libro me fue regalado. La magia duerme en cada criatura literaria a la espera de que el lector transite la esencia de esos espacios descritos, pudiendo así despertar, acercar a «este lado» de la realidad, un paisaje latente por detrás del horizonte hacia el que dirigimos la mirada.

La «esperanza sedentaria» hace un giro mágico despertando de su indiferente quietud para viajar por las páginas cotidianas y tallar un guiño en sus ojos de estatua, una señal indicadora en el camino: Sigue adelante. No te preocupes si dejaste detrás algo sin resolver: una disculpa sin justificación, dos libros sin leer, tres propósitos sin concretar, cuatro verdades sin conformidad, mil preguntas sin responder… sea lo que sea vendrá a tu encuentro en el momento oportuno, ya que todo eso camina (se transforma) aun si tú no caminas, aun por otros derroteros dormidos en tu conciencia, aun con formas distintas.

Y, finalmente, re-conocer el re-encuentro es aceptar que el trayecto puede convertir las alas del pajarillo que ayer cantaba en tu ventana en un «abanico loco de plumas» que hoy te airea el corazón y zarandea a tu risa de su reposo.

Saber sin saberlo

Yo no diré que conozco al Amor.
Prefiero hablar sólo de lo que sé,
que es decir algo y es decir nada.
O decir palabras que se miran y se abrazan en infinitas soledades.
O decir miradas que ansían derramarse en otra piel, otros labios, otro cuerpo.
Por eso prefiero decir mirándote, y no sentir distancias entre tu boca y la mía, ni entre tu voz y la mía, ni entre tu cuerpo y el mío.
Será que, sin saberlo, nací contigo y te olvidé pasando el tiempo.
Yo no diré que te conozco ¡oh Amor!
Pero ahora que te encuentro, me digo así, en silencio, con mis ojos en tus ojos, que no quiero perderte ni olvidarte.
Y grabo tu piel en mi pecho, y el calor de tu abrazo, y contigo salgo a la calle y me repito que el mundo es otro, que ya no es el mismo, porque recobré la memoria de tu carne…

De gritos y susurros

Las palabras suenan a veces como una suave canción entonada entre susurros.
Aquello que se nos dice al oído es lo que mejor comprendemos, sin necesidad de esfuerzo para dar atención a cuanto se nos está transmitiendo.
Desde adentro nos entendemos mejor, sea lo que fuere que nos digamos.
En cambio, desde afuera, al otro lado de nosotros mismos, solamente los gritos parecen atravesar las paredes.
Por eso, a veces, cuando los muros que nos separan se hacen al silencio, escucho en las palabras una suave canción entonada entre susurros…